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Un cazador en u puesto de montería.

Lo que diferencia a los cazadores del resto: una forma de vivir que no todos entienden

Quien practica la caza con compromiso y continuidad sabe que, más allá de una actividad puntual, la caza condiciona el modo de vida. Es habitual que quienes no conocen este mundo lo vean con extrañeza, cuando no con desconfianza. Sin embargo, para el cazador, hay gestos cotidianos y elecciones que tienen sentido en función de esa conexión permanente con el campo, el monte y las especies que habitan en él.

La ropa, por ejemplo, no responde a modas ni marcas. El cazador sabe que acabará el día con barro hasta las cejas, enganchado de jaras y, con suerte, oliendo a monte y a caza. Es una imagen que choca con la rutina urbana del fin de semana, pero que define mejor que ninguna otra lo que significa haber pasado el día en el campo. Algo similar ocurre con los horarios: mientras muchos valoran el descanso como prioridad, el cazador se levanta antes del amanecer sin necesidad de despertador. Esa madrugada que para otros es sacrificio, para él es necesidad. No hay recompensa sin esfuerzo, y eso es algo que se asume con naturalidad.

Un cazador encaramado a una piedra. © Esperanza Vielva

Una casa distinta, una mente ocupada

El entorno de un cazador no se reduce al monte. También se traslada al hogar. En casa, siempre hay un rincón destinado a limpiar el rifle, colocar visores, preparar mochilas o revisar mapas del coto. Aparecen utensilios que el resto no sabría nombrar y que, sin embargo, tienen un uso preciso y conocido para quien vive con un pie en el campo durante todo el año. Esa atención constante no es obsesión, sino coherencia con una forma de vida que no entiende de temporadas fijas. Porque cuando no se caza, se prepara el coto, se reparan bebederos, se trazan caminos o se colocan cámaras.

La mente tampoco desconecta. Las jornadas de caza pasadas, los lances fallidos, los aciertos, las tareas pendientes en la finca o la planificación de lo que está por venir ocupan pensamientos durante toda la semana. La carne de caza, sus preparaciones y su aprovechamiento completan el ciclo de la actividad y también forman parte de esa reflexión constante. Para muchos, este nivel de implicación puede parecer excesivo. Para el cazador, es simplemente vivir como corresponde a su vocación.

No es un sacrificio: es elección

Quien no conoce este mundo puede considerar extrañas muchas de las rutinas que definen a los cazadores. Salir con lluvia, madrugar más que entre semana, invertir tiempo y recursos en arreglar el monte, o preferir una jornada tras un corzo a una comida en la ciudad, no encajan en la lógica convencional. Pero no se trata de sacrificios, sino de prioridades distintas, asumidas con orgullo y sin necesidad de justificación.

El cazador no busca convencer a nadie, pero sí tiene claro que debe cuidar la imagen de lo que representa. Y esa imagen empieza por aceptar que somos distintos, no mejores ni peores. Solo distintos. Y que mientras otros tratan de entenderlo, nosotros seguimos saliendo al campo, cada fin de semana, como llevamos haciendo desde siempre.

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