Torcaces: la fiebre azul

Una fiebre que crece cada verano: pasión torcaz en tierras alcarreñas

Cuando la media veda se asoma al calendario, muchos sienten un cosquilleo conocido. No es otra cosa que la llamada de la paloma torcaz (Columba palumbus), esa especie menor que, lejos de menguar, va a más. Así arranca esta jornada de caza grabada en la finca Dehesa de Valbueno, en el término municipal de Cabanillas del Campo (Guadalajara), donde la emoción y el calor se dan cita para vivir uno de los días más esperados del verano: la primera tirada de torcaces.

Una jornada que se prepara durante meses

La cámara sigue a Víctor Fernández y Gustavo Albaladejo, gestores de la finca, que nos explican cómo se preparan estos escenarios ideales para la paloma: siembras, charcas naturales y comederos cebados con esmero desde febrero. Los bandos migratorios de torcaces, que llegan desde el norte de Europa en busca de alimento y agua, encuentran aquí un oasis para quedarse. Esto permite a los cazadores locales y forasteros disfrutar de una jornada única, en la que cada puesto se sortea con la emoción de quien espera una buena historia tras cada vuelo.

Antes de amanecer, los nervios flotan en el ambiente. Cazadores venidos de Bilbao, Pamplona y toda España comparten café, anécdotas y miradas cómplices. Uno de esos rostros es el de Lourdes Carrasco, una joven cazadora que acude con su padre. La cámara capta su ilusión contenida: «Hemos estado esperando este día durante semanas». El sorteo la sitúa en un buen puesto, y no tarda en demostrar puntería con un bonito doblete que arranca aplausos.

Tiros, respeto y compañerismo

La caza en puesto fijo, con escopeta y mucho temple, requiere horas de observación previa. La clave, repiten varios protagonistas, no es tirar por tirar, sino respetar los bandos, permitir que entren, esperar el tiro limpio. Es un mensaje que se repite, de boca de veteranos como Isidoro, el padre de Lourdes, o de nuevos aficionados como Óscar Mancebón o Mikel, que valoran más la experiencia compartida que el número de piezas cobradas.

Las torcaces, esquivas y desconfiadas, cambian su comportamiento con el viento, la temperatura y la presión de caza. Por eso muchos prefieren las tiradas de la tarde, cuando las aves bajan con hambre al comedero y ofrecen mejores lances. Así lo explica Gustavo: «Por la mañana las molestas, pero por la tarde vienen con hambre y entran como locas».

Un cierre entre luces doradas y satisfacción

Con el sol escondiéndose tras las encinas, la jornada toca a su fin. Se recogen cartuchos, se limpian los puestos y los perros ayudan a cobrar las palomas. El balance es positivo: buena organización, seguridad, compañerismo y una media de 20 torcaces por cazador. El plantel final, colocado por Víctor y Gustavo, resume lo vivido: una experiencia intensa, de esas que hacen afición.

La fiebre azul, como llaman los cazadores a esta pasión veraniega por la torcaz, sigue creciendo. Y lo hace por lo que aquí se ve: por la emoción, por la familia, por los detalles cuidados y por el respeto a una especie que gana cada vez más adeptos.

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