Recechando corzos en junio

El corzo de su vida: un lance entre zarzas, emociones y legado familiar

Una espera que vale una vida. Con las altas temperaturas de junio jugando en contra y la espesura del monte aragonés como escenario, padre e hijo se embarcan en una jornada de caza que acabará grabada en su memoria. En este emocionante capítulo, compartimos con ellos la búsqueda del que terminará siendo, sin duda, el corzo de su vida.

Una espera marcada por la incertidumbre… y la lluvia

Con la primavera dejando paso a un verano adelantado, el terreno se presenta exuberante, lleno de hierba alta, zarzas y con una visibilidad reducida. Las posibilidades de éxito en esta época del año se reducen a la mínima expresión. Pero la constancia, el conocimiento del terreno y el vínculo entre un padre cazador y su hijo —que vuelve al monte tras años de ausencia por los estudios— serán claves para el desenlace.

La primera tarde se esfuma entre esperas infructuosas y corzos imposibles de valorar. Pero el amanecer trae lluvia, y con ella, una oportunidad inesperada: los corzos salen a secarse y alimentarse. Es entonces cuando Sergio, el guía, decide arriesgar en un nuevo puesto con mejor visibilidad. Allí, entre piedras y silencios, localizan un macho. Tranquilo, desconfiado, perfectamente mimetizado con el entorno.

Un lance perfecto con el Blaser K95

Alberto (hijo) se apoya en la piedra. El animal, ajeno a su presencia, come con parsimonia entre el barranco. Con calma y seguridad, prepara el disparo con su Blaser K95 en calibre .270 y una óptica Z8 con campana de 58 mm. El impacto es certero. El animal cae en el sitio. La emoción se desborda. Lágrimas contenidas entre risas y abrazos: el esfuerzo acumulado durante días, la tensión, los madrugones y la espera se disuelven en un instante de felicidad.

Un trofeo atípico y un reencuentro inolvidable

El corzo abatido no es uno cualquiera: grueso, perlado, con rosetas exageradas y sin una de las luchadoras, muestra rasgos genéticos similares a otro macho cazado años atrás en la misma zona. Un trofeo singular, que suma valor a una jornada ya inolvidable. Padre e hijo lo precintan según normativa y comentan los detalles del lance mientras preparan la carne. El ciclo cinegético se cierra con respeto y gratitud.

La pieza no solo representa una gestión ejemplar del corzo (Capreolus capreolus), sino una victoria emocional, un regreso al campo, y un recordatorio de lo que de verdad importa en la caza: el aprendizaje, la convivencia y la herencia compartida.

Una historia que va más allá del trofeo.

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