Perdices y jabalíes en Córcega

Desde arenas mediterráneas hasta laderas escarpadas, una aventura cinegética junto al equipo de Blaser en la isla más salvaje de Francia

Córcega, tierra de contrastes, acoge una de las experiencias cinegéticas más inusuales y emocionantes que se recuerdan en la serie de Jara y Sedal. Esta vez, el equipo viaja junto a Blaser para enfrentarse a dos intensas jornadas de caza menor y mayor en un entorno que parece surgido de una postal… pero donde el viento, la lluvia y el monte espeso lo convierten en un auténtico reto para el cazador.

Perdices sobre la espuma: caza menor frente al mar

La jornada comienza a orillas del Mediterráneo, donde las escopetas Blaser F16 se empuñan con la espuma del mar salpicando la cara. Las perdices rojas (Alectoris rufa) vuelan como proyectiles, impulsadas por rachas de viento que rozan los 130 kilómetros por hora, obligando a tirar con adelantos extremos. Alexandra Berton, portavoz de Blaser, abre la percha con un disparo de vértigo, y los perros trabajan a fondo para cobrar piezas caídas a gran distancia.

La arena sustituye al barro habitual en esta modalidad y la sensación de cazar en la playa, rodeado de acantilados y espuma, es descrita como indescriptible. De regreso a los coches, entre maleza y charcos, todavía se esconde alguna sorpresa para los perros.

Cambio de escenario: acuáticas al vuelo y jabalíes al acecho

Por la tarde, la caza menor da paso a una espectacular tirada de patos sobre una laguna. Los ánades reales (Anas platyrhynchos) se levantan en bandadas enormes, y los disparos deben adelantarse con precisión milimétrica. El viento sigue siendo un factor decisivo. Entre tiros, los jabalíes asoman por sorpresa, presagiando la cacería del día siguiente.

Al amanecer, el R8 de Blaser toma el relevo a la escopeta. Comienza la batida de jabalíes (Sus scrofa), una modalidad única en Córcega: sin rehalas ni reales como en España, sino con grupos reducidos de perros de rastro y batidores que se agarran a laderas cubiertas de encinas, alcornoques y madroños. El terreno recuerda por momentos a Extremadura, aunque con personalidad propia.

Israel Hernández, director de Jara y Sedal, abate una hembra en un lance tenso y rapidísimo. Los cochinos, aquí más pequeños (raramente superan los 60 kilos), se comportan como fantasmas, rápidos y sigilosos. Las torretas no tienen asiento: hay que estar alerta.

Segunda batida, lluvia y emoción final

Por la tarde, en los típicos portillos de piedra seca de la isla, la lluvia añade dificultad a una segunda batida donde un jabalí con grandes navajas cae abatido por Félix, un compañero alemán. La isla, tras mostrar su lado más abrupto y salvaje, regala una despedida inolvidable entre anécdotas, camaradería y satisfacción por el trabajo bien hecho.

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