La naturaleza no da puntada sin hilo. Lo que para muchos es solo un insecto repugnante —una garrapata sedienta de sangre— se ha convertido ahora en protagonista de una historia fascinante que mezcla alergias, carne roja y tuberculosis. Sí, tal cual. Un equipo de investigadores del CSIC ha descubierto que dos proteínas que se encuentran en la saliva de las garrapatas no solo pueden desencadenar una reacción alérgica tras comer carne de mamíferos, sino que también podrían ayudar al sistema inmune a defenderse mejor frente a una infección similar a la tuberculosis.
El hallazgo es tan inesperado como prometedor. La investigación, firmada por el Grupo de Sanidad y Biotecnología del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC), ha utilizado como modelo experimental al pez cebra, un viejo conocido en los laboratorios por la similitud de su sistema inmunológico con el humano. Los científicos han expuesto a estos peces a extractos de saliva de garrapata, han comprobado su reacción al comer carne roja y después los han infectado con una micobacteria semejante a la que causa la tuberculosis.
Las proteínas que activan al sistema inmunológico
Las protagonistas del estudio son dos proteínas salivales: una metaloproteasa y la llamada p23. Estas moléculas, presentes en la saliva de ciertos tipos de garrapata, activan en los peces una respuesta inflamatoria cuando estos ingieren carne. En otras palabras: los peces, igual que muchas personas tras ser picadas, se vuelven «alérgicos» a esa carne, o al menos desarrollan una reacción inmune similar.
Este fenómeno guarda relación con una molécula llamada alpha-Gal, que está presente en la carne roja. Los humanos, al haber perdido la capacidad de generar alpha-Gal a lo largo de la evolución, pueden desarrollar anticuerpos contra ella. Si una garrapata transmite ese compuesto con su saliva, el cuerpo puede reaccionar exageradamente cuando después comemos carne. De ahí, el síndrome de alpha-Gal: una extraña alergia de aparición tardía, a veces peligrosa, que se está volviendo cada vez más común.
Una defensa inesperada frente a bacterias peligrosas
Pero aquí viene el giro de guion: cuando los peces alérgicos fueron infectados con Mycobacterium marinum —una bacteria muy parecida a la que provoca la tuberculosis en humanos—, su sistema inmunológico no solo reaccionó bien, sino que redujo los síntomas alérgicos. Las defensas del cuerpo se centraron en combatir la infección… y de paso, mejoraron.
Este efecto beneficioso parece estar vinculado a una mayor producción de anticuerpos del tipo IgM —los encargados de responder frente a patógenos— y a una menor actividad de genes inflamatorios que, en otras circunstancias, causarían daño. La saliva de la garrapata, en combinación con esta infección, parece reeducar al sistema inmune para que reaccione mejor.
Es decir, lo que en principio era una agresión (una picadura que provoca una alergia) puede convertirse en un estímulo para que nuestras defensas aprendan a protegernos más eficazmente.
¿El primer paso hacia una vacuna basada en garrapatas?
Aunque los ensayos se han hecho en peces, el paralelismo inmunológico con los humanos no es anecdótico. Los investigadores no descartan que en el futuro se pueda utilizar este conocimiento para diseñar vacunas o terapias inmunológicas capaces de prevenir enfermedades como la tuberculosis… con inspiración directa en la saliva de un artrópodo.
Este descubrimiento también podría ser la clave para entender y tal vez tratar el síndrome de alpha-Gal. Aún hoy, muchas personas lo padecen sin saber qué lo causa: sufren reacciones horas después de comer carne roja, y rara vez relacionan el problema con la picadura de una garrapata ocurrida semanas antes. Comprender el papel de estas proteínas salivales permite avanzar en ambas direcciones: combatir una alergia emergente y, a la vez, reforzar nuestras barreras frente a infecciones graves.
El mundo cinegético conoce bien a estos pequeños parásitos, habituales en el campo y temidos por quienes pasan tiempo en zonas de matorral o hierba alta. Lo que nadie imaginaba es que, tras ese mordisco molesto, se escondiera un mecanismo tan complejo… y potencialmente tan útil para la ciencia médica.