Cuando alguien que nunca ha pisado un monte te pregunta por la caza, no lo tomes como una acusación, sino como una oportunidad. Porque si nosotros no explicamos bien lo que hacemos, lo hará otro por nosotros. Y no siempre con buena intención.
Hay que evitar caer en la trampa de la justificación. No estamos haciendo nada malo. Al contrario: cazamos con respeto, con conocimiento, con responsabilidad. Lo importante es que lo contemos desde la experiencia, no desde el enfado. Que hablemos de lo que sentimos cuando vemos amanecer en la sierra. De lo que aprendimos con nuestros abuelos. De cómo nos cambia el carácter después de un día en el campo. Quien no ha cazado no entiende el lance, pero puede entender el vínculo. Porque la emoción, la espera, el compromiso con la naturaleza… eso sí se puede compartir.
No simplifiques: la caza no es una afición más
Cuando te pregunten, evita las frases hechas. «Es como el fútbol» o «es un deporte» no nos ayudan. La caza no es entretenimiento, es una forma de estar en el mundo. Hay esfuerzo, estudio, conocimiento del entorno. Y también una responsabilidad que va mucho más allá del mero hecho de matar.

Explícale que la gestión cinegética es tan compleja como necesaria. Que sin caza no hay equilibrio. Que no se trata solo de abatir, sino de conservar lo salvaje con cabeza y también corazón. Y que eso, aunque pueda sonar muy extraño si lo escuchan desde el sofá de sus casas, requiere compromiso real.
Sal de la trinchera y busca la empatía
A veces, quien te escucha tiene prejuicios. A lo mejor le han enseñado que los cazadores son brutos sin conciencia. Y justo por eso hay que mostrar lo contrario. No solo a base de datos (que también), sino de actitud.
No se trata de ganar la conversación, sino de abrir una puerta. Usa ejemplos cotidianos: el origen de la carne que comemos, el papel del cazador en la conservación, la verdad incómoda de la muerte en la naturaleza. Si hablas con serenidad, es más fácil que el otro escuche. Y recuerda: no tienes que convencerle, solo ayudarle a entender. Porque quizá no cace nunca, pero puede llegar a respetar lo que hacemos si se lo explicamos con humildad, claridad y sin escudos.
Hoy más que nunca, ser cazador no es solo ir al campo: es saber contarlo. Porque el futuro de la caza también depende de cómo hablemos de ella. Con respeto, con verdad y, sobre todo, con orgullo de lo que somos.