Una travesía cinegética que arranca como un chiste y termina como una lección de humildad, precisión y compañerismo. Así arranca la que probablemente sea la cacería más extraña de la vida de Israel Hernández, director de Jara y Sedal, que cruza Estados Unidos de costa a costa para cumplir un reto mayúsculo: dar caza al berrendo (Antilocapra americana), el segundo animal más rápido del planeta.
Un rifle, una bala y una bestia fugaz
El viaje comienza en Boston y culmina en las inmensas llanuras de Colorado, pasando por las fábricas de tres gigantes del mundo de la caza: Savage Arms, Leupold y Hornady. En ellas, Israel y sus compañeros –un británico, un alemán, un italiano y un francés– montan su propio rifle Savage Impulse Mountain Hunter, prueban el visor Leupold VX-6HD 3-18×50 y conocen la revolucionaria munición Hornady 7mm PRC, diseñada para disparos a larga distancia.
El escenario de la cacería es el rancho de Fred Eichler, un cazador legendario que ha conseguido abatir las 29 especies de caza mayor de Norteamérica. A 2.300 metros de altitud, en un paisaje que aún conserva nombres como la cordillera de la Sangre de Cristo o los Picos Españoles, Israel se enfrenta al reto de acercarse a un animal con una vista prodigiosa, un olfato finísimo y una velocidad punta de hasta 98 km/h.
Un disparo que no se olvida
El primer intento de Israel acaba en error: la torreta del visor estaba ajustada a 300 yardas, pero el animal se encontraba a 80. El berrendo se escapa. Sin embargo, la experiencia acumulada, la calma del guía y la precisión del equipo permiten corregir el fallo. Poco después, un nuevo ejemplar se detiene a distancia y esta vez el disparo es certero y fulminante.
Se trata de un macho veterano con los cuernos rotos por la pelea del celo, una pieza que, en palabras del guía, ya rozaba el final de su ciclo vital. La emoción es palpable. Medio milenio después de que los conquistadores españoles pisaran aquellas mismas tierras, Israel cobra un trofeo que simboliza la unión entre pasado, presente y futuro.
Más que una cacería: una aventura vital
El viaje no termina ahí. Tras completar los lances principales, los protagonistas aprovechan para ayudar en el control poblacional de los perros de la pradera, especie considerada plaga por su impacto en el ecosistema. El día concluye con una barbacoa preparada por Michelle Eichler, donde se cocina la carne del berrendo abatido, cerrando así el círculo natural de la caza.
Este capítulo es un homenaje al oficio del cazador, pero también a la tecnología, la conservación, la historia y la amistad. Una experiencia que une culturas y generaciones bajo una misma pasión: la caza salvaje y consciente.