El canto de las cigarras es parte del paisaje sonoro que acompaña a muchos cazadores en sus salidas estivales. Ya sea preparando un aguardo al jabalí, recechando un corzo o simplemente caminando entre jaras y encinas, el zumbido de estos insectos marca el ritmo de los días más calurosos. Pero ¿sabías que ese sonido tan característico no solo tiene función de apareamiento, sino que también permite distinguir entre especies?
Un ciclo bajo tierra que emerge con el calor
Las cigarras son insectos hemípteros, y su vida comienza bajo tierra, como ninfas, alimentándose de la savia de las raíces. Allí pueden pasar varios años hasta que el calor del verano las activa. Entonces emergen para realizar su última muda, dejando tras de sí el típico exoesqueleto vacío (exubia) que muchos cazadores han visto pegado a un tronco durante una espera.
Tras esa muda final, los machos comienzan a cantar. Y aunque muchos lo atribuyen a un roce de alas, el sonido lo producen con un órgano en el abdomen que genera vibraciones rítmicas. No es un canto al uso, sino una estridulación con una función clara: atraer a las hembras antes de que acabe el verano.
Distinguirlas solo por el oído
En la Península Ibérica hay dos especies muy comunes que muchos oyen pero pocos saben diferenciar: la cigarra común (Cicada orni) y la cigarra del olivo (Cicada barbara). A simple vista son casi idénticas, pero si prestas atención al sonido, podrás saber cuál tienes cerca. La cigarra común emite un zumbido largo, continuo, más uniforme mientras que la del olivo es más entrecortado, con ritmo irregular.
Ambas desaparecen cuando termina el verano. Los adultos mueren, pero dejan huevos que darán paso a nuevas ninfas que pasarán años bajo tierra antes de volver a emerger. Así, el ciclo vuelve a empezar… y con él, el fondo sonoro que acompaña a los que seguimos pisando el monte cuando más aprieta el calor.
