La llamada Luna de Fresa, que marca tradicionalmente el inicio de la cosecha de esta fruta en Norteamérica, alcanzó su plenitud este miércoles 11 de junio, desplegando una luz más tenue y rojiza de lo habitual, debido a su posición baja en el horizonte y al polvo suspendido en la atmósfera. Este fenómeno, que suele pasar desapercibido para muchos, no pasa inadvertido para los animales ni para los cazadores.
En el monte, la luna llena altera los ritmos naturales de muchas especies. Ciervos, corzos y jabalíes, por ejemplo, retrasan o adelantan sus horarios de actividad, aprovechando las horas de penumbra en vez del momento de máxima claridad lunar. La sobreiluminación nocturna provoca también cambios en sus patrones de alimentación y desplazamiento, haciendo que el rececho, sobre todo el del corzo, exija un ajuste fino de las estrategias.
Los cazadores más experimentados saben que los días de luna llena pueden ser impredecibles: se amplía la visibilidad, sí, pero también el riesgo de ser detectados. Los animales, especialmente los más esquivos, se muestran más alerta y recelosos, como si intuyeran que la Luna los traiciona. En zonas abiertas, el rececho se vuelve más complejo; en cambio, algunos aguardos en claros o lindes bien estudiados pueden dar resultados memorables.
Una noche de junio para recordar
Muchos esperaron con expectación esta Luna de Fresa por la belleza de su luz, pero otros lo hicieron con el rifle o el arco preparado, sabiendo que este plenilunio, al caer en plena actividad estival, puede coincidir con movimientos insólitos de corzos, cochinos o zorros.
Para quienes viven el monte con pasión, la Luna de Fresa no es sólo un fenómeno astronómico, sino una aliada o una enemiga caprichosa. Cambia el guion, modifica la escena y nos obliga a entender mejor a la fauna que perseguimos.
Cuando la naturaleza conspira para emocionar
La caza, como la vida, tiene momentos que trascienden lo racional. Esta Luna de Fresa ha sido uno de ellos. Nos recordó que, aunque los calendarios y las armas evolucionen, seguimos siendo parte de un ciclo natural mayor, donde la luna, con su luz roja y silenciosa, sigue marcando los pasos del monte… y los nuestros.