Cuatro especies, tiros imposibles y un final dramático: Pedro Ampuero acompaña a su amigo Nikolai en un viaje inolvidable por Teruel y Gredos
Cinco días, cuatro especies y un solo objetivo: vivir la caza con arco más salvaje y auténtica que puede ofrecer España. Así arranca este capítulo de Pedro Ampuero junto a su amigo Nikolai, un experimentado cazador de montaña que recorre el mundo buscando experiencias reales, lejos de las comodidades. Esta vez, le toca a nuestro país, donde los desafíos no tardan en aparecer… y también los imprevistos.
Ibex de Beceite, muflón y zorro: recechos extremos en Teruel
La aventura comienza en las sierras de Teruel, donde las condiciones son muy duras: lluvia, terreno embarrado y animales encamados en lugares imposibles. Aun así, logran acercarse a solo 10 metros de un macho montés de Beceite (Capra pyrenaica hispanica) que Nikolai abate con un tiro perfecto en una cueva natural. El animal, de unos 9 o 10 años, presenta claros signos de sarna, enfermedad habitual en esa zona, lo que hace aún más necesaria su retirada del monte.
No tarda en llegar el segundo reto: el muflón (Ovis orientalis musimon). También encamado, herido y en un entorno complicado, Nikolai logra abatirlo a escasos 15 metros con un disparo limpio y ético. Poco después, la fortuna le permite completar un control poblacional efectivo sobre un zorro (Vulpes vulpes), que caza tras fallar el primer tiro y rematar con el segundo. Son lances técnicos, cortos y exigentes que resumen el espíritu del arco.
Gredos: el sueño… y la tragedia
El último objetivo es uno de los más deseados por cualquier arquero europeo: el macho montés de Gredos (Capra pyrenaica victoriae). Ya en el parque nacional, con frío y mal tiempo, se acerca el momento clave. Nikolai logra acercarse a tan solo 20 metros y clava un disparo perfecto. Pero lo impensable ocurre: el macho huye herido y, en su agonía, cae sobre una roca en medio del río, que lo arrastra aguas abajo con tanta fuerza que nunca logran recuperarlo.
Lo que debía ser la culminación del viaje se convierte en una experiencia amarga, que Pedro Ampuero describe como «lo más desafortunado que he visto nunca en la caza con arco». A pesar de peinar la zona hasta el anochecer, no hay rastro del animal. Una lección de humildad, respeto y verdad en la montaña.